Leyendas de la Región Amazónica

Las leyendas son procesos de transmisión en cuanto a relatos pertenecientes al folclore contemporáneo que, pese a contener elementos sobrenaturales o inverosímiles, se presentan como crónica de hechos reales sucedidos en la actualidad. Dentro de la Región Amazónica de nuestro país Ecuador encontramos: 

El árbol de la abundancia 


Hace muchos, muchos años, la selva ecuatoriana soportó una prolongada sequía. Los ríos se habían vuelto riachuelos, las chacras se habían arruinado y los habitantes de la selva: dioses, humanos y animales, padecían de hambre. Afectados por la escasez, los gemelos divinos Cuillur y Ducero fueron a la choza de su amigo Mangla para pedirle comida. Éste les brindó chicha de yuca y mientras conversaban, sentados ante la tulpa, los gemelos se dieron cuenta de que en una esquina había unas enormes escamas de pescado, arrancadas seguramente de un pez más grande que un hombre.

―¿De dónde sacas estos peces? ―preguntaron los gemelos. Mangla les indicó que en una laguna cercana y los invitó a ir a pescar con él. En la laguna, los tres pasaron horas tratando de capturar una pieza, pero no lograron nada. Al comprender que su amigo los había engañado, los gemelos sujetaron a Mangla por los brazos. ―Te daremos una buena paliza por mentiroso ―lo amenazaron. Arrepentido del embuste, Mangla les contó que por la Cordillera de los Guacamayos existía un árbol grueso y gigantesco, tanto que en su copa albergaba una laguna poblada de gran variedad de peces, aves y animales. 

Los gemelos presionaron a su amigo para que los llevara al lugar donde crecía un árbol de tal abundancia. Luego de avanzar por senderos de animales y sortear pantanos habitados por boas, entraron en un bosque amarillo y verde de cañas guadúas. Los rayos del sol no iluminaban el lugar y el frío calaba en los huesos. Al salir del bosque, llegaron por fin a un extenso claro de la selva. Allí se erguía un descomunal árbol. Los brazos unidos y extendidos de los gemelos y su amigo no alcanzaban para rodear la mitad de la circunferencia del tronco. Tras reflexionar cómo derribar aquel gigantesco árbol, que proveería de comida a todos, los gemelos divinos pidieron ayuda a los roedores, aves e insectos de la selva. 

Guatusas, ardillas, ratones,tucanes, halcones, pájaros carpinteros,abejorros, comejenes, hormigas, etc., se pusieron de inmediato a morder, picar y raspar. Trabajaron hasta el agotamiento en jornadas de sol a sol. Al final de nueve días y nueve noches, el tronco fue cortado completamente, pero el árbol no cayó. Un halcón levantó el vuelo y fue a investigar. Cuando descendió, contó a Cuillur y Ducero que el misterio no estaba abajo en el tronco, sino arriba en la copa. ―¡Ardilla! ―dijeron los gemelos. Al instante se convirtieron en dos roedores de esta especie. Treparon ágilmente hasta la copa del gigantesco árbol y quedaron sorprendidos con la vista. 

Ante ellos se extendía una inmensa laguna, de agua cristalina y con islotes llenos de aves y animales. Pero había también un colosal bejuco que nacía en el islote más grande y subía verticalmente hasta enredarse en el cielo. Por esto el árbol no caía. ―¡Cortémoslo! ―dijeron los gemelos convertidos en ardillas. Nadaron en las aguas cristalinas hasta el islote. Sus afilados dientes se pusieron a roer el bejuco. El árbol se precipitó estruendosamente. El agua de la laguna se esparció por las chacras sedientas. Los peces nadaron en los nuevos arroyos. Las especies de aves y animales buscaron refugio en la selva. El torrente cristalino llegó hasta los ríos y los volvió anchos y navegables, como son hasta ahora. 

Los únicos que no disfrutaron del árbol de la abundancia fueron los gemelos y su amigo. Cuillur y Ducero porque tras cortar el bejuco treparon por éste hasta el cielo, donde ahora son dos luceros que aparecen al inicio y al final del día. Mangla, en cambio, murió aplastado cuando el árbol gigantesco impactó contra la tierra. 
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Fuente: Conde M. (2012). Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma. SlideShare. Recuperado de: https://es.slideshare.net/Maritoconde/veinte-leyendas-ecuatorianas-y-un-fantasma



El deseo de las piedras 


Antiguamente, en uno de los afluentes del río Napo, el Jatunyacu o Agua Grande, existían dos piedras sagradas que con sus cánticos apaciguaban las aguas y evitaban las inundaciones. Debido a su procedencia volcánica, eran de un color rojo tostado. La una poseía un espíritu macho y la otra un espíritu hembra. En los días de sol, conversaban animadamente de sus sueños y deseos, pues en cierta ocasión las aguas del Jatunyacu les habían hablado de la inmensidad del mar. 

Desde entonces ansiaban bajar por el río y conocerlo. Un día del mes de julio, el cielo se cubrió de negros nubarrones y se oscureció como si fuera de noche. La gente de las comunidades vecinas gritaba con voces de pánico; una tormenta eléctrica acompañaba al torrencial aguacero; parecía que había llegado el fin del mundo. Inundados hasta más no poder, los senderos de la selva se transformaron en torrentes que arrasaban con todo para desembocar las aguas lodosas en el río. Un ruido descomunal se oía en la cabecera del Jatunyacu. A la medianoche, los habitantes de las comunidades abandonaron sus hogares y se refugiaron en los terrenos altos. La creciente, cargada de lodo, palos y ramas, desbordó las aguas de su cauce normal. 

Valiéndose del empuje de la corriente, la piedra macho empezó a rodar con lentitud por el lecho del río. ¡Por fin iba a conocer el mar! A cada vuelta, su espíritu lanzaba gritos de alegría que se confundían con los truenos de la tormenta. Por su parte, la piedra hembra, cuyo espíritu era benigno con los seres humanos, permanecía en su sitio y con sus cánticos trataba de apaciguar al Jatunyacu.

A la mañana siguiente, cuando por fin cesó de llover y empezó a bajar el nivel del río, la piedra macho había rodado hasta Pañacocha, cientos de kilómetros abajo del río Napo, separada tristemente de la piedra hembra. Desde aquella ocasión, cada mes de julio el Jatunyacu crece formidablemente, hinchando su caudal como vientre de mujer preñada. En la oscuridad de la noche, entre los truenos de las tormentas que retumban en la selva, parece oírse un llanto mineral. Es la piedra hembra que deja oír sus cánticos, se queja de su soledad y le pide al río que la lleve junto a su amado, varado abajo en Pañacocha. 

Se dice que un día ocurrirá otra gran inundación. Entonces el deseo de las piedras se cumplirá, volverán a unirse y juntas rodarán hasta el mar.


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Fuente: Conde M. (2012). Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma. SlideShare. Recuperado de: https://es.slideshare.net/Maritoconde/veinte-leyendas-ecuatorianas-y-un-fantasma



Alas de ceniza 


En épocas antiguas los tucanes no eran aves sino personas. Vivían en comunidades en los claros de la selva y se dedicaban a la caza y la pesca. Pero allí también habitaban los diablos, que se comían a los tucanes. Un día, un valiente tucán se fue de caería solo y allá, en la espesura de la selva, un diablo se lo comió y se vistió como él. Su mujer aguardaba en la casa y cuando lo vio llegar se fijó en sus pies demasiado grandes. Enseguida se dio cuenta de que era un diablo que se había comido a su marido. 

―Toma, aquí está la carne para la comida ―dijo el diablo a la mujer, ofreciéndole el cuerpo del tucán ahumado. La mujer no quería cocinar la carne de su esposo, pero el diablo insistía en que les diera de comer a sus hijitos, que lloraban de hambre. En eso, pensó en un truco para escapar: 

―Necesito agua para cocinar la carne ―le dijo al diablo dándole una olla de barro―. Ve a traerla del río. El diablo se fue y al rato trajo una olla repleta, pero la mujer le pidió otra. En la tercera ida, aprovechando un descuido, ella cogió a sus dos hijos y se fue a la casa de los hombres tucanes. —Ayúdenme, por favor. Un diablo mató a mi marido y ahora quiere que lo comamos. Logramos escapar, pero viene siguiéndonos. De inmediato, los hombres tucanes prepararon sus lanzas de chonta. 

El diablo no tardó en llegar. ―¿Está aquí la madre de mis hijos? ―preguntó. —Sí —le respondieron los hombres tucanes—. Está en ese cuarto. Para ingresar en aquel cuarto había que agacharse. Los hombres tucanes aprovecharon esta acción del diablo y lo hirieron con las lanzas. Luego recogieron leña y le prendieron fuego. ―No importa que me maten ―decía mientras moría―. Mis cenizas se convertirán en alas. Por temor, los hombres tucanes recogieron las cenizas y las envolvieron en unas hojas de plátano. Ordenaron a un joven que las echara al río, pero éste sintió curiosidad y las abrió. De allí se echaron a volar los primeros zancudos, tábanos y mosquitos del mundo, que desde entonces molestan a los humanos.
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El cerro de los diablos 


Cuando los jesuitas llegaron a la selva ecuatoriana, a finales del siglo XIX, encontraron un puñado de nativos que habitaba en las faldas del Pungara Urco o Cerro de Brea, ubicado al oriente de la ciudad del Tena. Tras la catequización, los nativos asimilaron algunas creencias de la religión católica y adoptaron el nombre de comunidad de San Pedro. Sin embargo, nunca dejaron de creer en sus dioses y diablos aborígenes. De ahí que hasta la actualidad evitan acercarse al Pungara Urco. Según ellos, conviene alejarse pues allí viven los diablos. 

Los nativos cuentan que en una ocasión desaparecieron cuatro niños en el río, y por más que los buscaron no hallaron rastro alguno. Así pasaron varias semanas, hasta que dos mujeres fueron a traer agua y no regresaron jamás. Preocupados por las desapariciones, los nativos consultaron a cuatro chamanes, sus guías espirituales. Los poderosos brujos, precedidos por el más anciano del grupo, hicieron un ayuno ritual de cuatro días, bebieron ayahuasca y hablaron con los espíritus de la selva.

 ―El río se ha vuelto peligroso porque los diablos se han apoderado de él ―dijeron a la comunidad―. Exigen un pago a cambio del agua. Una exclamación de impotencia se escapó de las gargantas indígenas. Los chamanes ofrecieron ayudar a la comunidad y ahuyentar a los diablos del río. ―Para alejarlos es necesario emplear hierbas ceremoniales ―dijo el anciano―. Pero antes hay que pagar cuatro sajinos y cuatro canoas llenas de pescado ahumado.

Cumplido el pago, los brujos se prepararon para conjurar el lugar. Mientras tanto, por las tardes, uno de ellos acompañaba a las mujeres y a los niños al río. Allí les mostraba las piedras a las que no podían acercarse, unas de color negro donde vivían los diablos. Una noche oscura y lluviosa, los cuatro chamanes se dirigieron al río llevando ollas con extrañas hierbas cocidas. Nadie más asistió al ritual. Toda la noche se escucharon insultos, gritos, maldiciones y silbidos. La lluvia arreció con fuerza. El caudal del río creció. Los animales de la selva enmudecieron. 

Al día siguiente, los cansados brujos informaron que habían expulsado a los diablos a otro lugar. Un tiempo después, cuando parecía que la situación había vuelto a la normalidad, se vio un sajino por las orillas del río. Un joven cazador lo siguió sigilosamente hasta el Pungara Urco. Se adentró en sus senderos y no regresó más. Los familiares y amigos fueron a buscarlo.Tomaron el mismo camino y escucharon unos gritos misteriosos, que los invitaban a continuar y perderse en el cerro.

 Atemorizados, volvieron por donde habían venido. Jamás se supo nada del cazador. Quienes por desgracia se han aventurado a acercarse al Pungara Urco, en especial en las horas de la noche, dicen haber escuchado unos gritos desgarradores. A éstos les sigue una risa diabólica que se alarga como un eco y los llama insistentemente. Pocos han podido escapar de este llamado. En ocasiones aparecen por las chacras de la comunidad venados, guatusas, sajinos o pavas del monte, pero nadie los caza ni persigue. Los moradores de San Pedro no se dejan engañar. Saben que estos animales tratan de atraerlos al Pungara Urco, el Cerro de Brea donde viven los diablos.


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Fuente: Conde M. (2012). Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma. SlideShare. Recuperado de: https://es.slideshare.net/Maritoconde/veinte-leyendas-ecuatorianas-y-un-fantasma



La madre de la chacra 


En tiempos antiguos de la selva, la alimentación del pueblo shuar dependía de si la mujer poseía el don de hacer producir una chacra. Algunas nacían con ese paju o poder innato de siembra, otras lo heredaban de una rucu mama, pero la mayoría carecía de esta virtud por lo que sus familias pasaban hambre. Así fue hasta que en una comunidad se llevó a cabo la unión de una joven pareja. Como era costumbre, el hombre hizo un desmonte y preparó la tierra para que la mujer sembrara una buena chacra de yuca.

Después de un tiempo, madurada ya la planta, la mujer se fue a sacarla. Cavó y cavó toda la tierra y no cosechó sino una canasta. Con paciencia, el marido preparó nuevamente un desmonte y la mujer sembró la yuca, pero volvió a cosechar una canasta. Esta vez el marido se enojó: —¿Qué clase de mujer eres? ¡No puedes hacer producir una chacra! Humillada, la mujer abandonó la choza y se internó en la selva hasta llegar a la orilla del río. 

Mientras lloraba, observó que la corriente traía unas cáscaras de yuca, plátano y maní. Esperanzada en hallar comida, se echó a caminar aguas arriba. Tras avanzar un buen trecho, vio una gran chacra al frente de una casa. Se acercó esperanzada. En la chacra, los tubérculos eran tan desarrollados que levantaban la tierra. Allí había de todo: yuca, plátano, caña, camote, maní… La mujer se dispuso a cosechar una yuca, cuando en eso apareció la dueña. —Ven, ven, mujer —le dijo—. ¿Eres tú la que no sabe sembrar una buena chacra? —Sí, soy yo —contestó la mujer avergonzada—. Por más que trabajo, la tierra no carga. —Mira esa niña que está acostada en la hamaca ―dijo la dueña―. Como vives infeliz, voy a regalártela. Tienes que cuidarla y nunca dejarla sola; a cambio, cuando necesites comida, le dices «ahora canta» y ella te la dará. 

La mujer volvió feliz a su choza con la niña, la que en realidad era Nunkui, la madre de la chacra. Había pasado más del mediodía. De pronto, la mujer escuchó a los lejos que su marido regresaba de cacería. Otra vez no hallaría nada que comer y se enojaría. ―Ahora canta ―le pidió la mujer a la niña. «Qui-trai. Qui-trai. Qui-trai», se puso a cantar Nunkui. Al instante, la mujer vio la tierra alrededor de su choza convertida en una hermosa chacra de yuca, plátano y maní.

Agradecida, se puso a cosechar la yuca, llenó una canasta con una sola planta y corrió a enseñársela a su marido. De ahí en adelante, siempre que la mujer necesitaba comida para su familia o para los demás de la comunidad, llevaba a la niña a la chacra. Mientras ella sembraba, la pequeña cantaba «Qui-trai. Qui-trai. Qui-trai», y enseguida los productos crecían y maduraban. Todo era felicidad. 

Pero una vez la mujer se fue a la chacra y dejó a la niña en compañía de sus hijos. Los pequeños empezaron a jugar y, por travesura, botaron ceniza a los ojos de Nunkui. La niña se echó a llorar y poco a poco se fue hundiendo en la tierra. Cuando la mujer regresó, Nunkui había desaparecido por completo. Nunca más se escuchó su canto. Sin embargo, ni la mujer ni sus hijos volvieron a pasar hambre. Ella había aprendido el «Qui-trai. Qui-trai. Qui- trai» de la madre de la chacra y gracias a este canto la tierra producía para todos. Fue así como las mujeres del pueblo shuar adquirieron el paju o poder para hacer producir una chacra.


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Fuente: Conde M. (2012). Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma. SlideShare. Recuperado de: https://es.slideshare.net/Maritoconde/veinte-leyendas-ecuatorianas-y-un-fantasma



La que nunca llora 


En una tranquila y próspera comunidad indígena de la selva amazónica, vivía una bellísima muchacha llamada Sañi. Todo el mundo le expresaba cariño y admiración, pero a ella no le importaban los sentimientos de las personas y nunca se conmovía por nada ni se enternecía por nadie. La conocían por eso como La que nunca llora. 

Cuando llegó el invierno, cayeron unos aguaceros torrenciales que de la noche a la mañana desbordaron los esteros y los ríos de la comunidad. Las chozas, las chacras y los animales fueron arrasados. La gente se lamentaba y lloraba ante el desastre. Sólo Sañi se mantenía indiferente, sin derramar una sola lágrima. Afligidas por la destrucción, las personas de la comunidad criticaban con amargura la frialdad de Sañi: ―Mírenla, no le importa nada ―comentaban unos. ―Ni siquiera le conmueve el llanto de los niños ―criticaban otros. ―Ella tiene la culpa de lo que nos pasa. Los dioses nos están castigando por su falta de sentimientos ―juzgaba la mayoría. 

En eso, una mujer anciana, la más sabia de la comunidad, aseguró que sólo el llanto de Sañi acabaría con la lluvia y las terribles inundaciones. Pero la pregunta era cómo hacerla llorar, si se mostraba indiferente incluso ante el dolor de su familia. Al final, la anciana manifestó que era necesario que Sañi conociera el dolor, para que su alma se conmoviera. 

Un día nublado, mientras La que nunca llora caminaba por la selva, se le presentó la anciana:
―Por favor, ayúdame a recoger ramas secas ―le suplicó―. Tengo que calentar mi choza pues mi nieto está muriendo de frío. Sañi la miró con indiferencia y siguió su camino. Casi al instante, se le apareció una joven madre con un niño enfermo en brazos: ―Te lo ruego, ayúdame a encontrar unas hierbas para curar a mi hijo. Aunque Sañi sabía dónde encontrar esas hierbas, no quiso ayudar a la joven madre. Iba a continuar su camino, cuando oyó la voz de la anciana que la maldecía: ―Los dioses te castigarán por no apiadarte de una madre y una abuela. Jamás serás abuela ni madre.Todo el daño que nos has causado por no llorar, desde hoy lo pagarás con tu llanto, que traerá el bien a los demás.

Al escuchar las palabras de la anciana, Sañi sintió que su cuerpo se volvía rígido. De pronto sus pies empezaron a hundirse y los dedos se prolongaban y se arraigaban en la tierra; la piel de su cuerpo comenzó a endurecer y a resquebrajarse; sus brazos engrosaron y se expandieron como ramas. Al final, Sañi se convirtió en un árbol. Desde entonces la selva se pobló de una nueva especie de árbol medicinal, al que se le hiere la corteza para que sienta dolor y llore por la herida. Las lágrimas de este árbol curan infecciones, quemaduras, úlceras, etc. De esta manera se cumplió la maldición de la anciana; el alma de Sañi, atrapada en la savia de la madera, calma el dolor y trae el bien a las personas. Los nativos de la selva amazónica conocen a esta especie medicinal como árbol de Sangre de Drago.

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Fuente: Conde M. (2012). Veinte leyendas ecuatorianas y un fantasma. SlideShare. Recuperado de: https://es.slideshare.net/Maritoconde/veinte-leyendas-ecuatorianas-y-un-fantasma

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